Sarah

La historia de SarahSarah (nombre cambiado por protección) no sabe que ha nacido en uno de los peores países para ser niña. No sabe que en otros lugares no hay guerra, que las niñas y los niños pueden ir al parque, caminar sin miedo por las calles con su familia…
Sarah tiene 11 años, esta en 6º grado y no recuerda casi nada de antes de la guerra. Para ella, siempre ha habido guerra en su país. Las bombas empezaron a caer cuando tenia casi 5 años y nunca han parado desde entonces.
En estos años Sarah ha visto como su padre se ponía gravemente enfermo y no podía ir a trabajar. Ha visto como su madre salía a la calle a vender pañuelos, mecheros… lo que encontrase, para darles de comer a ella y a sus dos hermanos. Pero sobre todo, en estos años de bombas, miedo y destrucción, Sarah ha visto como algunas de sus amiguitas desaparecían para siempre de su vida y no volvía a verlas.
Cuando pregunta le hacen callar o le cuentan que su familia se ha trasladado a otra ciudad, pero ella sabe que no es cierto porque ha visto a sus hermanitos en alguna ocasión por la calle.
“Creo que se han ido a vivir con un señor y otra familia” dice, con la ingenuidad de quién no imagina el horror que hay detrás de esas palabras.
Sarah no sabe tampoco que ella podría haber vivido lo mismo si una vecina no hubiese explicado a su madre que en una escuela, una organización humanitaria alimentaba a las niñas para conseguir que fuesen al colegio y pudiesen estudiar.

Ella, como millones de niñas en Yemen, camina sin saberlo sobre la cuerda floja del matrimonio infantil. Tiene la edad en la que muchas de las niñas son dadas en matrimonio porque la familia no puede mantenerlas, porque tienen miedo de que con la violencia sexual que existe en las calles sean secuestradas, violadas, asesinadas y piensan que casándolas las protegen de todo eso, y también porque necesitan desesperadamente dinero para dar de comer al resto de la familia. La miseria y la ignorancia son un tándem monstruoso.

Hace 4 años Sarah no iba a la escuela o lo hacía de forma intermitente. Solo cuando su padre había podido salir a trabajar y traía un poco de dinero a casa la familia podía pagar el dólar que costaba ir al colegio. Pero Sarah se acuerda que cuando iba le gustaba mucho porque jugaba con sus amigas, aunque siempre tenía hambre y no podía concentrarse mucho en lo que les explicaba la profesora.
Pero hace unos años su madre empezó a llevarla a otra escuela y todo cambió. En esta escuela le dan cada día pan, leche, huevo, queso, fruta, un bocadillo de atún un día a la semana, dátiles, e incluso en alguna ocasión muy muy especial, como al final del curso o antes de Ramadán, la señorita Faten a la que las niñas tanto quieren, aparece por sorpresa con algún dulce o chocolatina.
La mamá de Sarah, Fawzia, supo de esta escuela por casualidad, cuando una vecina le explicó que había logrado que su hija entrase en ella, y que eso había aplacado los ánimos de la familia, que desesperada buscaba como alimentar a todos los miembros sin tener ningún tipo de salario.
Fawzia se prometió a si misma que esa misma noche hablaría con su esposo y le convencería para llevar a Sarah a esa escuela (no imaginaba que igual que ella, muchas madres y padres deseaban lo mismo para sus hijas, y que lograr que aceptasen a Sarah no iba a ser nada fácil).
Al llegar a casa esperó a tener la cena (algo de arroz, unas judías y pan, no había mucho más donde escoger), para hablar con su esposo. Al principio él la miró extrañado y preguntó: “¿De qué le servirá a Sarah ir a esa escuela? Es mejor que esté en casa y te ayude en la cocina y la limpieza”.

Pero Fawzia no pensaba rendirse. Sabía que si lograba que Sarah fuese a esa escuela su futuro sería un poco menos oscuro de lo que le esperaba si se quedaba en casa limpiando y cocinando. Si no lo lograba, la familia acabaría planteando la opción de casarla para lograr un dinero y tener una boca menos que alimentar.

El papá de Sarah la quiere. La situación y las presiones familiares eran fuertes, pero finalmente accedió y ese mismo día Fawzia fue con la niña a la escuela. La cola de personas era larga, todas querían lo mismo, que sus hijas entrasen en esa escuela.
Lo logró y sonríe al pensar que su hija bebe leche cada día, el oro yemení desde el inicio de la guerra, y que ella y su marido están contentos al verla feliz. El resto de la familia hace tiempo que no hablan de Sarah y de su futuro. Y eso es bueno…
Translate
Suscríbete a nuestro boletín de noticias

Suscríbete a nuestro boletín de noticias

Introduce tu correo electrónico para saber todo lo que hacemos en Yemen.

Consentimiento

Gracias por suscribirte. Pronto tendrás noticias nuestras.