Yasira (nombre cambiado por protección) tiene 12 años. Es de Arhab, al norte de Sana’a, la capital de Yemen. Está en sexto grado en una escuela con 540 niñas más.
Yasira no tiene papá. Murió durante la guerra y su madre Selwa trabaja en casa de unos familiares limpiando, cocinando, recogiendo leña y haciendo una gran parte de los trabajos del campo. Todo para poder mantener a Yasira y a su hermanito.
El poco dinero que la mamá de Yasira gana sirve también para pagar los 2 dólares mensuales que cuesta la escuela, así como las libretas y los lápices que su hija necesita. Pero Selwa sabe que eso es lo único que en estos momentos está protegiendo a su pequeña de un futuro terrible que una parte de la familia quiere para ella.
El tío de Yasira, el dueño de la casa donde viven y trabaja Selwa, hace ya un tiempo que ha empezado a hablar de que deberían casar a Yasira para obtener una pequeña dote que les ayude, ya que lo que se obtiene de la tierra no tiene mucha salida en el mercado.
Las milicias que han tomado el poder en toda la zona norte del país incrementan día a día el precio de frutas y verduras, y aplican unas tasas tan elevadas que la población, empobrecida y hambrienta tras más de 6 años y medio de guerra, no puede pagar.
La escuela mantiene a Yasira a salvo por el momento… Allí, cada día, la niña recibe pan, leche, queso huevo o atún, y una pieza de fruta o dátiles, que les proporciona una pequeña organización española, Solidarios Sin Fronteras con un triple objetivo: alimentarlas, que reciban una educación y que estén protegidas frente a los secuestros y violaciones que se producen a diario en las calles desde que empezó la guerra, y frente a los matrimonios infantiles, que aumentan en el país debido a la emergencia humanitaria, la falta de dinero en las familias, y a posibilidad de tener una boca menos que alimentar. Recibir algo de dinero o una cabra por dar a la niña en matrimonio, ayudará por un tiempo al resto de la familia.
Selwa sabe que si logra mantener a si hija en la escuela, cada día que pasa es un día ganado a un infierno que ella vivió en sus carnes. Porque la mayoría de madres que hoy en día en Yemen intentan que sus hijas tengan un futuro mejor que el suyo, en su día fueron dadas en matrimonio y vivieron el horror de ser entregadas a un desconocido, normalmente adulto, y dejar atrás a sus amigas, su familia, todo…
Yasira estudia, algo en su interior le dice que debe sacar buenas notas porque si no su tío la sacará a la fuerza de la escuela y su madre se pondrá muy triste y no podrá impedirlo.
Algunas de sus amiguitas ya no están. Se han marchado a otros pueblos, muchas a vivir con las familias de maridos que compran una niña-esposa como comprarían una cabra o una esclava.
Ella estudia, juega en el recreo con sus amigas en la escuela, le encanta el día que toca mango o naranja en el desayuno, y sueña con ser maestra o doctora para salvar a los niños y niñas de su país.
Cada día ve a su madre haciendo todo el duro trabajo del campo, de la limpieza, de la cocina, y piensa: “algún día trabajaré, ganaré mi propio dinero, y mi mamá ya no tendrá que trabajar nunca más. Compraré una casa y entonces mi tio ya no podrá amenazarnos ni hacernos daño alguno”.