Nos permitiréis que esta vez no expliquemos alguna de nuestras historias habituales en los repartos de alimentos a las familias en Yemen.
No va a hacer falta explicar nada, porque el poema que os compartimos (y que ya habíamos compartido hace mucho tiempo), lo dice absolutamente TODO.
Hoy más que nunca. Hoy cuando el pueblo yemení, grita también por el pueblo palestino. Hermanos, son hermanos, y como tales, se entienden en su dolor. Porque lo viven CADA DÍA.
¡Qué suerte no ser una madre palestina,
ni una madre yemení, ni una madre siria,
ni una madre afgana,
ni una madre kurda,
ni una madre del cuerno de África !
Qué suerte no tener que sostener
la muerte de mi hijo en mis brazos…
ese pequeño cuerpo
que se ha muerto sin más,
de hambre, de sed,
desangrado,
atravesado, zas, por una bala!
¡Qué suerte no tener que abrazar a mi hijo muerto
mientras mis ojos se resecan, lentamente,
de dolor, de impotencia,
de rabia contenida!
¡Qué suerte no tener que sortear cada día
el rostro enjuto y oscuro de la Parca,
y regalarle, esconderle, ocultarle
los rostros malditos de mis hijos,
que han nacido donde nada importan,
donde nada valen, donde nada son…!
Qué suerte, me repito cada día, qué suerte,
mientras mis hijos, tranquilos, duermen su infancia merecida.
Marisa Peña.
Adaptación del Poema publicado en el libro colectivo “Indignhadas“
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